Durante el siglo XX una serie de creadores escénicos se plantean la posibilidad de utilizar el medio teatral como un soporte autónomo, independiente del género literario al que había estado tan firmemente sometido, en especial durante los dos siglos anteriores. En este momento encontramos las propuestas de Maeterlinck (importancia del silencio escénico), Artaud (con el llamado «teatro de la crueldad») o Brecht (y el compromiso político y social del «teatro épico»).

Es latente entre todos ellos la necesidad de «reteatralizar» el teatro y fomentar su aspecto espectacular en detrimento de la palabra. Hay que renunciar a los parámetros de verosimilitud y explotar los elementos propiamente teatrales.  Del mismo modo el actor pierde importancia, se deshumaniza y debe someterse a una disciplina de conjunto; se trata de obras de creación colectiva en las que se integran artistas de otras disciplinas, en la búsqueda de la obra de arte total que suponga una síntesis de todas las artes. Se recuperan espectáculos como el circo, el cabaret o el music-hall para difundir el teatro.

Dentro de este panorama de teorización teatral encontramos la propuesta del director polaco Jerzy Grotowski, quien propugna el «teatro pobre». En 1951 crea la escuela Opole para la formación de actores y en 1950 un laboratorio de investigación Teatro de las 13 Filas (posteriormente el Teatro de Laboratorio). Ante la pregunta ¿qué es el teatro? propone: es posible prescindir de toda la tramoya y el escenario; sin embargo, es esencial el encuentro entre actor y espectador. Su modo de concebir el teatro está influenciado por Artaud, el teatro oriental y los mitos.

Teatro pobre:

Reducido a lo mínimo en el aspecto material; austero, ascético, se queda en lo imprescindible. Postula una nueva ética teatral en la búsqueda de un teatro sagrado en la que el actor se erige como el sumo sacerdote que dirige el ritual.

Pretende la autenticidad de la representación: muy pocas personas en espacios insólitos, buscando la espiritualidad. Rechaza la materialidad y la racionalidad de la sociedad y por ello ofrece un teatro capaz de conseguir suplir esas necesidades a través de una experiencia transcendente genuina.

Actor:

Crea una especie de liturgia dramática y adentra al público en la experiencia teatral. Alcanza este poder a través de un proceso espiritual mediante el entrenamiento físico riguroso; así obtiene un conocimiento interior que le permite abrirse en el momento de la representación como si se hallara en trance.  El espectador debe proyectarse en el actor, quien no quiere divertirlo sino perturbarlo y llevarlo a la conciencia más elevada de sí mismo.

Grotowski se hizo conocido además de por sus presupuestos teóricos, por la adaptación libre de piezas clásicas como el caso de El príncipe constante de Calderón.

Reseña de la puesta en escena de L. Rifrazioni en 2006