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Érase una vez…..

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             Una parábola:

  […] -Salió el sembrador a sembrar. Al sembrar, parte de la semilla cayó al borde del camino,  pero vinieron las aves y se la comieron. Parte cayó en terreno pedregoso, donde no había mucha tierra; brotó enseguida porque la tierra era poco profunda, pero cuando salió el sol, se agostó la planta y se secó porque no tenía raíz. Parte cayó entre cardos, pero éstos crecieron y la ahogaron. Finalmente otra parte cayó en tierra buena y dio fruto: un grano dio cien, otro sesenta, otro treinta. el que tenga oídos para oír, que oiga.

Mateo, 13, 3-9

            Un auto sacramental calderoniano:   

 SEMBRADOR: La palabra de mi padre / es la semilla que vengo / a plantar; quién es mi padre / me preguntasteis primero, / y aunque entonces respondí / a responder ahora vuelvo / que sepáis de mí y sabréis / de él; y volviendo al concepto / de que es trigo su palabra, / lo declarará un ejemplo. / Por más que contra los campos / las inclemencias del tiempo / su saña esgriman, talando / el verdor de sus imperios, / ya en las frutas, ya en las flores, / no os desconsoléis por eso, / hasta que toque en las mieses / la ruina, siendo incendio / o la Langosta o la Niebla, / o la Cizaña o el Cierzo […]

La semilla y la cizaña, vv. 881-900

            Un vídeo explicativo:

Calderón y el «Patrocinium Austriacum»

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Hablar de la relación entre el dramaturgo aurisecular y la monarquía austríaca con Felipe IV en el poder, es referirse sin duda a un encuentro prolífico. En multitud de textos Calderón alude directamente a la casa de Austria, tanto en los autos como en las comedias.

En medio de las revueltas protestantes instigadas desde el norte de Europa, tanto el rey como su esposa, sus hijos y sus hermanos los infantes D. Carlos y D. Fernando se posicionan como firmes defensores de la fe católica, favoreciendo entre otros el culto a la Inmaculada y al sacramento de la Eucaristía, puntos candentes en dicho enfrentamiento. Del mismo modo, la ciudad de Madrid se erige como bastión de la «verdadera» religión.

Nos encontramos numerosos ejemplos en los autos, muchos de ellos tomando como intertexto el versículo de Habacuc, 3, 3 «Deus ab Austro veniet…», y equiparando de este modo el viento meridional con la monarquía española del momento.

Sin embargo, el jesuita Nieremberg nos recuerda que la veneración a la sagrada forma por parte de la dinastía viene de antiguo, en concreto desde el mismo origen a través del rey Rodolfo I. En su obra Corona virtuosa y virtud coronada nos relata el suceso:

Entre tanto ruido de armas no le faltaba piedad y devoción. La del Santísimo Sacramento fue en el muy singular y por ella mereció la grandeza de su familia y el imperio para sí. Sucedió que andando él a casa iba un parocho a una casería del campo a llevar el viático para un enfermo; el día era malo y lluvioso, los caminos llenos de lodos […] Llegóse luego al sacerdote y le dijo : «Indigna cosa es que yo ande a caballo y que tú vayas a pie llevando a mi Señor y Redentor; toma este caballo y sube en él». Hízose así y Rodolfo con gran devoción, descubierta la cabeza le tuvo el estribo y le fue sirviendo de lacayo hasta que llegó a casa del enfermo.

Desde la pintura, Rubens nos aporta la plasmación visual de dicho momento:

Y para mayor información acerca de la exaltación austriaca en los textos sacramentales calderonianos, podemos acudir al artículo de J. M. Prados «Los autos sacramentales y la monarquía española».

Autos fundamentales

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Calderón de la Barca, P., Autos sacramentales. El divino Jasón. El gran mercado del mundo. El gran teatro del mundo. La viña del Señor, edición, prólogo y notas de Ignacio Arellano, Madrid, Homolegens, 2010, 406 pp. ISBN 978-84-92518-54-8

El profesor Ignacio Arellano es, sin duda, el mayor especialista y difusor de los autos sacramentales de Calderón de la Barca. No exclusivamente por su labor personal (publicando trabajos fundamentales sobre el tema), sino también porque desde el Grupo de Investigación Siglo de Oro (GRISO) de la Universidad de Navarra dirige el proyecto de edición completa de este tipo de teatro tan representativo de la literatura aurisecular. Por todo ello, asume con total capacidad la presentación de esta obra, que bajo el título Autos sacramentales, presenta cuatro ejemplos significativos de la producción calderoniana precedidos por un breve estudio del género y de sus características más específicas. Se completa el trabajo con una bibliografía esencial y algunos aspectos sobre esta edición concreta.

Bajo el epígrafe “Género y circunstancias del auto”, Arellano se remonta al año 1264, fecha imprescindible para el posterior desarrollo del género sacramental y en el cual el Papa Urbano IV, a través de la bula Transiturus, propone la celebración del Corpus. Medio siglo después se incorporan las procesiones en honor de la Eucaristía, tan propias de dicha fiesta. Hay que recordar que el día del Corpus, con las celebraciones y fiestas que lo rodeaban, implicaba algo más que la mera exaltación sacramental. Así, mediante la representación de autos (derivados de tradiciones anteriores que después compondrán los denominados “autos sacramentales”) se refuerza la doctrina cristiana en un momento de reacción protestante y de la celebración del Concilio de Trento.

Las claves del género son: verso, acto único, procedimiento alegórico, representación enmarcada dentro de la festividad del Corpus y temática teológica principalmente, aunque en algunos casos Calderón amplía el repertorio utilizando materiales de la mitología pagana. Hay que tener en cuenta este último aspecto, clave en la diferenciación que Calderón hace entre asunto y argumento respecto a los autos. Aunque el motivo central de los mismos sea la Eucaristía (ampliada en algunos casos a la Redención), su realización específica permite sobrepasar los argumentos divinos y llegar hasta la mitología. En este punto, desde la perspectiva de su recepción, no era tan importante que el público conociera la totalidad de referencias teológicas y bíblicas presentadas sobre el tablado, sino que la función de los autos era más una exaltación emocional que intelectual. La principal pretensión era mover el espíritu del público a través de la representación festiva y litúrgica de la esencialidad de la doctrina: la Eucaristía y sus motivos más cercanos como la Redención, el pecado original o el sacrificio de Cristo.
El volumen incluye además un apartado específico sobre los autos calderonianos. El autor madrileño lleva el género sacramental a sus cotas más altas, con alrededor de 80 obras en las que destacan todos los aspectos mencionados anteriormente: música, escenografía, suntuosidad, teología, calidad y coherencia poética, además de un destacable contenido filosófico.Continúa Arellano tratando el tema de la alegoría, técnica como hemos visto imprescindible en la construcción del auto sacramental. De este modo, es posible concretizar y humanizar personajes abstractos e historias divinas (fusionar de esta manera las letras divinas y las humanas), y presentarlos a un público acostumbrado a este procedimiento ya que se encuentra presente en la literatura desde la Edad Media. A través de elementos conocidos se logra poner sobre el escenario una parte de la historia divina o de la mitología, perteneciente al ámbito de la abstracción. Como decía Calderón, las ideas toman forma. El elaborado vestuario y la suntuosa escenografía facilitan la comprensión del auto sacramental y del trasvase alegórico.