Reflexiones desde la sociología de la cultura con P. Bourdieu.
En contra de la homogeización cultural que pretende el capitalismo a través de la mundialización se presenta la opinión de Bourdieu respecto a los rasgos básicos del arte, que se basa en la unicidad, la rareza y la calidad, difundida y defendida por críticos, biógrafos, profesores de historia del arte, etcétera. De manera que el universo artístico que nos presenta no tiene ningún aspecto de relación con el capitalismo. Concibe el arte como un fin en sí mismo, del que no se espera un beneficio económico sino una fruición estética, dedicada a un grupo reducido de personas, ya que se debe desarrollar de manera independiente a las leyes del mundo ordinario. Explica la lucha de los artistas por sus derechos frente a la obra del Quattrocento italiano, de todo ese proceso en que el artista se quiere separar de la figura del mecenas al que había supeditado su labor artística y reivindica su necesidad de hacer algo original, único, propio. Esta postura frente al arte será después apoyada por el Romanticismo y en el último siglo por el Modernismo, las vanguardias, etcétera. Se vuelve a una reflexión sobre las formas, la definición del arte como autorreflexivo, hermético, el gusto por el arte en sí.
Sin embargo toda esta tradición respecto a la idea de arte, extensible a la cultura, ha sufrido el poder destructivo del dinero. Ya no es arte sino producción, simple mercancía. La burguesía y el capitalismo, con su gran maquinaria económica han destruido los principios básicos del arte. Además creo que es importante tener en cuenta los efectos que puede tener esta homogeización en cuando a su capacidad de anular la reflexión y crítica de los consumidores.
Ante tal planteamiento sin duda “apocalíptico”, Bourdieu se pregunta cual es la solución para librar a la cultura y las artes de la mercantilización que las domina. ¿Cómo se puede entonces reivindicar la obra de arte rara, única y original que no aporta ganancias a corto plazo? En su opinión frente al problema de la desaparición de la cultura y el arte, como consecuencia del acaparamiento de mercado de la cultura de masas, cree posible la resistencia del arte más puro y de calidad a través de la educación. Se debe educar a los lectores y consumidores de cultura para que sean capaces de ir más allá de ese arte de presupuestos básicos, inmediato, rentable pero pasajero, y volver a mirar esta experiencia desde una perspectiva estética e intelectual.
En cuanto a la idea de una internacionalización del arte, se apela a una de las características básicas al menos de las obras consideradas literarias: capacidad de trascender las barreras espaciales y temporales. Es posible que una obra leída años o siglos después aún siga trasmitiendo un sentido, al igual que nos conmueve contemplar el David de Miguel Ángel, o escuchar una sinfonía de Beethoven (o leer/ver representada una obra de Calderón[1].
Es justo el movimiento opuesto que experimenta la cultura de masas; la cultura desligada de la función mercantil logra perpetuarse a lo largo de la historia, llega a un público reducido pero crea una huella debido también a su originalidad; la cultura de masas alcanza a un amplio público en el momento en que aparece, pero debido a su carácter repetitivo y basado en fórmulas, hace que se asemeje peligrosamente a todas las obras de su mismo carácter que se encuentran en el mercado. Para que pueda ser reconocida hace uso del cliché y el lugar común, el lector o consumidor reconoce los modelos que se proponen, se cumplen sus expectativas y ahí radica la satisfacción producida por dicho arte. Sin embargo estas recurrencias están imbuidas de cierto color local y hacen necesario conocer ciertos modelos que allí se presentan, de manera que deben estudiarse dentro del conjunto de la cultura y la sociedad en la que se producen. Ello hace que pierdan el carácter internacional que el autor persigue a cambio del inmediato beneficio económico. Por el contrario, hay que desligar al arte y la cultura de la hegemonía impuesta por el capitalismo y la mundialización, lo que entre todas las consecuencias ya expuestas tendría otra añadida: representar sólo a aquellos que se encuentran en el poder, en primer lugar Estados Unidos y Europa. De esta manera se considerarían “aculturales” continentes de enorme tradición histórica y artística como por ejemplo Asia y África; se anula una riqueza cultural evidente por razones políticas y económicas, lo que ofrece una visión sesgada y contraria a la idea de cultura como conjunto de costumbres propias de un grupo humano. Se liman las diferencias y se ofrece una sola versión oficial que de nuevo conduce a anular la capacidad de reflexión crítica del ser humano.
[1] El añadido es mío 🙂